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Análisis de un Canciller

Turista, Andariego o Vagabundo II “NOA”

"Hay series ideales de acontecimientos que corren paralelamente por las reales.  

Rara vez coinciden",

 Moralische Ansichten.   

Luego de la tormenta llega la calma, en efecto, con el nuevo permiso de estadía en Argentina, me sentía tan feliz como un inmigrante divisando la estatua de la libertad,  en este caso algo morocha  de medio metro y con trajes andinos,  quien  me daba la bienvenida  una vez más sellando aquel pasaporte de color marrón.

Al pasar por  Yaví,  para conocer las tierras de Puna y su  importancia económica en conexión Potosí  para ambas naciones, antes de boom de los puertos rosarinos y bonarenses,  encontré un relato sugestivo concerniente  al “Oro Verde” de acuerdo con el cual uno de los maestros indígenas  resignado ante la invasión del hombre blanco, recomendaba a su pueblo cultivar la coca, pues mientras a ellos les daría fuerza para soportar las cargas excesivas del trabajo duro, el hombre blanco al consumirla quedaría transformado en un simio imbécil, sin  control de sus acciones…..     

Camino a Humauaca tropecé  en el camino con  una pareja de argentinos alrededor de los 30 años,  provenientes  de Yavì, recién en la terminal  como quien no quiere la cosa, me acerque a saludarlos, ya entrados en materia  salió  a la luz el tema del hospedaje por lo cual  tres son más que dos y los números sirven para negociar precios mas cómodos en los hostels.   En todo caso espero no haber frustrado una noche de pareja…. 

Los recuerdo como una fotografía, bien podrían reflejar una pareja gaucha del sur argentino, con sus botas y chaquetas de cuero, sombrero negro, abrigo para el frio, bolso largo reservado para el mate, y cigarrillos encendidos, caminando a pasos largos de silencios prolongados y miradas perdidas en el firmamento colonial. 

Esa noche salimos, en compañía de un grupo de europeos  con quienes paramos en  una casa de adobe,  con tejas de madera, mesas artesanales  y piso de cemento,  adornado por un pastor ovejero algo sonso.  Su dueño, un personaje alto, bastante delgado y de barba pronunciada, quien masticaba coca mientras hablaba,  presentó  un documental,  relacionado con los mineros de Potosí- Bolivia,  el entorno de su trabajo, los cantos de agradecimiento entre tragos, rituales, las  alegrías en honor a la jornada culminada y su vida intacta…, así como la inseguridad de las locaciones, y la necesidad de masticar la hoja de coca como primordial fuente de energía.

A la mañana siguiente me despedí,  embarcándome sin plan de viaje en el primer bus camino a Tilkará, al descender de la flota recuerdo haber visto a una mujer joven  de facciones delicadas, ojos brillantes, tez blanca, labios pequeños y cabello castaño oscuro, bastante ajena al panorama del lugar, quien al parecer buscaba el horario de transporte, merodeando por la estación.    Aun así bien podría ser un juego de  mi mente pues poco había dormido, aun sentía el vaivén de los vinos y el afán de tomar una ducha  caliente  mientras se preparaba  la hora del almuerzo.

Cual sería mi sorpresa al entrar a un restaurante del lugar y verla sentada sin compañía aparente, en efecto mi mente quería empezar de nuevo sus espejismos, esperaba haber superado el tema años después de ser perseguido por el grupo de psicoanalistas y sus abogados facturando las cuentas de cobro inexistentes… siempre me pregunté si ellos estaban más perturbados…  en todo caso preferí  correr el riesgo, no existiendo motivo más inquietante, entré sin meditarlo dos veces y  tomé asiento en una mesa cercana de su posición.

El mesero muy amablemente me atendió, aunque confieso haberle prestado poca atención pues mis quimeras se encontraba naufragando entre mil corrientes,  buscando  la forma precisa para acercarme a ella sutilmente y así poder entablar una conversación, pero a quien engañaba, ya buena falta hacía afeitarme, limpiar el polvo de la carretera y estrenar un nuevo desodorante.

Fue entonces cuando utilizando la excusa más gastada de todo viajero con poca creatividad  a la hora de romper el hielo, abandoné la maleta pretendiendo su llamar atención mientras pasaba a lavarme las manos, la cara, de golpe parecer un poco menos salvaje, lo cual ya era mucho pedir.

Camino de regreso pregunté si esperaba compañía en su almuerzo, luego con la sonrisa  generosa de quien ha entendido el juego inocente, de aquel rompecabezas tantas veces repetidos por otros personajes, me invitó a compartir la mesa, para luego continuar nuestra conversación, tomando fotos horizontales entre  maravillas  monumentales,  canticos peregrinos a la media noche, y algunos mates del  amanecer.

No se puede presentar encuentro más particular y amistad más singular que aquella creada entre una guía turística y  un andariego sin ruta fijada,  en las montañas de un pueblo perdido de la realidad.  Bien se podría estimar un golpe de suerte, una coincidencia del destino pero lamentablemente ambas son meras ilusiones, no existiendo mayor verdad que la causa- efecto bajo la confusión de la relatividad.  

Me es imposible culminar aquel episodio pasando por alto una frase bastante elocuente y precisa de aquella descendiente europea, “es bueno perder el miedo a viajar solos, pero no el respeto, pues siempre encontraremos personas en el camino…”

 

Francisco José Acevedo Caicedo.

Rosario- Argentina.

Mayo 2010.  

 

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